Duele ver el vacío existente en los estamentos de la Fiesta, quizás intencionado, con una figura de época, que ahora mismo casi nadie recuerda; ni tampoco demanda a uno de los toreros más grandes. Un vacío inmerecido a quien tantas veces tiró del carro, a quien siempre estuvo dispuesto a colaborar con empresarios, a echar una mano a jóvenes toreros, a levantar ferias languidecientes cuando más lo necesitaban; a quien nunca se arrugó en anunciarse con toros de Victorino, de Adolfo… incluso de Miura para homenajear a Manolete. A quien siempre aguantó a los samueles en las ferias, cuando ya estaban fuera de los grandes carteles, al igual que los atanasios… A un ídolo del toreo, puente natural entre España y América; a todo un maestro –y este merece la distinción con mayúsculas-.
¡Qué mentes más olvidadizas! Ya nadie recuerda -a lo mejor de forma intencionada- que el año de la pandemia cuando las luces del toreo se apagaron y ningún valiente se atrevía a entrar en él, ni siquiera con una vela, fue Enrique Ponce el que echó a andar, el primero en anunciarse en corridas, en recuperar ferias y en estar ahí cuando todos estaban escondidos. En ir a torear sin saber si quiera si iba a quedar limpio algún dinero, porque lo que de verdad interesaba era recuperar la Fiesta, empujarla para que echase a andar. Y en este mundo tan ingrato nadie echó cuentas a Ponce, nadie. Quizás por eso, un día en Burgos, harta de tanta ingratitud, ni siquiera se vistió de torero y decidió dar carpetazo, porque también manda el orgullo de quien ha sido el torero de una época y un torero de época. De alguien que gustará o no, pero su nombre es leyenda y merece, más que nadie, volver para rubricar el lujoso libro de su vida taurina.
A Ponce hay que organizarle la gran temporada de despedida que merece, porque él se la supo ganar después de tirar del carro como nadie lo hizo. A rubricar su impresionante trayectoria y volver a aplaudir su faenas mandonas y cargadas de elegancia. Y es que insisto, gustará más o menos, pero es una leyenda que merece los honores como tal, jamás este vacío tan ingrato existente contra él. Hay que esperarlo y alfombrar su piso en cuando diga que vuelva, porque lo hará con misma categoría que siempre tuvo y para poner el mejor broche de oro. El broche de un coloso que jamás merece esta injusta orfandad desde el aparato de la Fiesta.
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